lunes, 9 de abril de 2007

Una tortura divertida

Clase de Riesgo Sísmico, salón 111, miércoles de 6:30 a 9:30 PM. Jamás había tenido una clase tan tarde en mi vida. La cursamos nueve estudiantes. Casi siempre tenemos la suerte de salir a las 9 de la noche, y la mayoría de las veces llevó el carro. Cuando no me acompaña el Mégane, me recogen. Me considero afortunado. Admiro y al mismo tiempo compadezco a los que toman el riesgo de subirse a un bus a esas horas de la noche. Es una mezcla entre valor y necesidad.
El profesor es sorprendente, un genio completo. Es increíble como puede explicar conceptos complejos con facilidad, tener tanta experiencia en el tema, contar historias inhóspitas, y al mismo tiempo hacerme sentir tanta hambre durante tres horas seguidas. Nunca carezco de interés (aunque si de comida).
En lo personal, el hambre se convierte en mi Némesis, mi distracción, mi infiel acompañante que se acuesta con mis tripas hasta aflorar mi instinto de supervivencia. Este sentimiento excede las ganas de aprender, la realidad misma, y me transporta a una fantasía paralela donde reina la culinaria.
En cuestión de minutos, la realidad me abofetea, y vuelvo a estar sentado en el mismo pupitre del fondo ubicado en el costado izquierdo, con los mismos ocho compañeros a mi lado, escuchando al profesor hablar de placas tectónicas y fallas terrestres.

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